Cuenta la sabiduría popular que en el siglo XVIII vivió en Navahermosa una mujer llamada doña Juana, viuda y anciana, pero que aún conservaba gran vitalidad. Moraba en una vivienda emplazada en un lugar elevado desde la cual vislumbraba todo el pueblo.

A su servicio estaba una joven doncella, dotada de tanta belleza como inteligencia, prometida con un vecino humilde, pero de gran valía y corazón.

Afirma la leyenda que cierta tarde llegó a Navahermosa una unidad de reclutamiento encabezada por un orgulloso capitán. Éste, llegando ante la puerta de doña Juana, descubrió a la joven doncella, y quedando prendado de ella no dudó en comenzar a cortejarla no de buenos modos, sin obtener respuesta de la dama, que permanecía fiel a su humilde amado.
He aquí que cierto día el joven, harto de la actitud y malos modos del capitán, recriminó su comportamiento, a lo que el militar herido en su orgullo responde con un golpe de su espada, segando la corta vida del humilde enamorado.

De todo aquello fue testigo doña Juana, quien apenada por el triste final del pretendiente de su doncella manda colocar en su fachada una cruz que aún hoy se conserva, para que permanezca la memoria del joven malogrado.

Se cree que en realidad la Cruz de doña Juana es bastante más antiguo de lo narrado, aunque nadie sabe con certeza su datación y el motivo por el que se colocó. Pero es un curioso elemento digno de ser contemplado en una visita a la población de Navahermosa.

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